domingo, 23 de noviembre de 2008

0-0 en Riazor

He hecho muchos viajes con mi padre, y la mayoría gracias a nuestra afición común: el RCD Espanyol. Así he visto como nuestro equipo ganaba en el Ruiz de Lopera bajo un sol abrasador, como empataba en Mendizorrotza en un césped mojado por el txirimiri, o perdía en el Madrigal por un escandaloso 4 a 1. Con la excusa de esas dos horas de partido, hemos conocido ciudades como Bilbao, Salamanca o Madrid, donde por cierto, vivimos una de las noches más mágicas en blanquiazul, la Copa del Rey del 2006 contra el Zaragoza.

La gracia de este viaje a La Coruña es que fue gratis. Era el premio por ganar un concurso, o quiz, que organizaba la peña Manigua sobre la historia del club: un desplazamiento con el equipo para cualquier partido de liga. El premio incluía viaje en el avión privado del club (sí, sí, con los jugadores en el asiento de delante para poder tocarlos), estancia en el mismo hotel que ellos, dos entradas para ver el partido y todas las fotos que consiguieras hacerte con tus ídolos futbolísticos (eso te lo tenías que currar tú). ¡Qué más se puede pedir si eres un verdadero fan del equipo! Así que nos sentamos delante de Kameni (es el portero periquito, para los que simpaticen por otros colores), que iba en plan solitario; daba la impresión de que no le hacía mucha gracia volar.



Después de hora y media aterrizamos en el aeropuerto coruñés, y tras instalarnos en el hotel (de cuatro estrellas) salimos a cenar. Brindamos con un Albariño por la hipotética futura victoria del Espanyol contra los gallegos, aunque al día siguiente casi tuvimos que dar las gracias por no haber perdido.

¡Menudo desayuno nos esperaba por la mañana! Mi madre habría disfrutado con semejante manjar. Yo no pude resistirme y me llevé dos botecitos de mermelada; hay quien se lleva el albornoz de la habitación, pero yo es que soy más de comer.

Con el estómago lleno visitamos la ciudad. Un paseo por la playa de Riazor, donde algún valiente se remojaba algo más que los pies (¡y estábamos en enero!), la Torre de Hércules (antiguo faro romano de navegación), el ayuntamiento.


Y al llegar la hora de comer, ¡sorpresa!, las marisquerías hacían su mes de vacaciones en enero… No es que sea muy amante del marisco, pero ya que era mi primer viaje a tierras gallegas, no iba a desaprovechar la ocasión. En fin, todavía me quedaba la esperanza de que los pericos se dieran un “atracón” en el terreno de juego. Inocente de mí… A estas alturas ya debería haber aprendido que esto de ser espanyolista no es fácil, pero a veces pones el corazón en algo y de ahí no te mueven.

Pues bien, si el partido acabó como acabó fue gracias al árbitro, que anuló al Depor un gol por un fuera de juego bastante dudoso y no concedió un gol fantasma que después se vio que había entrado. Así que a brindar de nuevo por el milagroso empate, esta vez con un Ribeiro. En el viaje de vuelta, apatía general, pero yo encantada de tener tan cerca a mi equipo del alma y de haberme hecho una foto con todo un símbolo del Espanyol.





P.D.: El de la primera foto es mi padre, que con lo que ha sufrido por su equipo, un día tendrán que hacerlo socio honorífico.

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