sábado, 29 de noviembre de 2008

El 28

En septiembre estuvimos en Lisboa. Me gusta caminar por las ciudades que visito y cansarme hasta que me duelen los pies. El inconveniente de Lisboa es que sus calles no paran de subir y bajar, ya que se encuentra entre siete colinas. Y como hacía tiempo que me di de baja en el gimnasio, pensé que lo mejor sería subirnos a alguno de los tranvías que circulan por la ciudad.

Es fantástico asomarse por la ventanilla y sentir el viento en la cara, mientras te dejas llevar por el traqueteo, y mientras piensas que ese cacharro no puede aguantar muchas más sacudidas y que se va a romper en pedazos. Pero aguanta, y se deja guiar por las precisas maniobras del conductor, que ya conoce sus puntos débiles. Y comparte las calles con los demás vehículos, que lo respetan, y la gente lo admira como parte indispensable del paisaje urbano.


Uno de los que hace un recorrido más completo es el número 28. Cada día lo cogíamos en el barrio de Chiado (donde nació el poeta Fernando Pessoa, el que está conmigo en la foto) cuando el cansancio nos había vencido, y recorríamos las calles empinadas hacia el río Tejo, subíamos después hacia la catedral y dejábamos a nuestra izquierda el Castillo de San Jorge.

Al pasar por el barrio de Alfama podíamos ver (y oler) las tascas bien de cerca (en una de ellas comimos unas albóndigas buenísimas) o incluso enredarnos entre las camisas tendidas en un balcón, y que quedaban a la altura de la cara. El tranvía que hacía el trayecto inverso pasaba rozando el nuestro en las calles más estrechas.

Próxima parada, barrio de Graça, en lo alto de una colina, donde el tranvía llegaba sin aliento y desde donde, sin tiempo para recuperarse, iniciaba de nuevo el descenso de ruas y calçadas. Allí teníamos nuestro alojamiento, al que por cierto habíamos llegado a pie el primer día, cargados con maletas; en ese momento nos dimos cuenta de que debíamos dosificar nuestras fuerzas si no queríamos agotarnos en el primer paseo.

El último día tomamos el 28 hasta el final, el barrio de Lapa, un barrio de lujo y calma alejado del centro, donde el tranvía se vaciaba de turistas y lugareños, y volvía sobre sus pasos para mostrarnos la ciudad en movimiento.

domingo, 23 de noviembre de 2008

0-0 en Riazor

He hecho muchos viajes con mi padre, y la mayoría gracias a nuestra afición común: el RCD Espanyol. Así he visto como nuestro equipo ganaba en el Ruiz de Lopera bajo un sol abrasador, como empataba en Mendizorrotza en un césped mojado por el txirimiri, o perdía en el Madrigal por un escandaloso 4 a 1. Con la excusa de esas dos horas de partido, hemos conocido ciudades como Bilbao, Salamanca o Madrid, donde por cierto, vivimos una de las noches más mágicas en blanquiazul, la Copa del Rey del 2006 contra el Zaragoza.

La gracia de este viaje a La Coruña es que fue gratis. Era el premio por ganar un concurso, o quiz, que organizaba la peña Manigua sobre la historia del club: un desplazamiento con el equipo para cualquier partido de liga. El premio incluía viaje en el avión privado del club (sí, sí, con los jugadores en el asiento de delante para poder tocarlos), estancia en el mismo hotel que ellos, dos entradas para ver el partido y todas las fotos que consiguieras hacerte con tus ídolos futbolísticos (eso te lo tenías que currar tú). ¡Qué más se puede pedir si eres un verdadero fan del equipo! Así que nos sentamos delante de Kameni (es el portero periquito, para los que simpaticen por otros colores), que iba en plan solitario; daba la impresión de que no le hacía mucha gracia volar.



Después de hora y media aterrizamos en el aeropuerto coruñés, y tras instalarnos en el hotel (de cuatro estrellas) salimos a cenar. Brindamos con un Albariño por la hipotética futura victoria del Espanyol contra los gallegos, aunque al día siguiente casi tuvimos que dar las gracias por no haber perdido.

¡Menudo desayuno nos esperaba por la mañana! Mi madre habría disfrutado con semejante manjar. Yo no pude resistirme y me llevé dos botecitos de mermelada; hay quien se lleva el albornoz de la habitación, pero yo es que soy más de comer.

Con el estómago lleno visitamos la ciudad. Un paseo por la playa de Riazor, donde algún valiente se remojaba algo más que los pies (¡y estábamos en enero!), la Torre de Hércules (antiguo faro romano de navegación), el ayuntamiento.


Y al llegar la hora de comer, ¡sorpresa!, las marisquerías hacían su mes de vacaciones en enero… No es que sea muy amante del marisco, pero ya que era mi primer viaje a tierras gallegas, no iba a desaprovechar la ocasión. En fin, todavía me quedaba la esperanza de que los pericos se dieran un “atracón” en el terreno de juego. Inocente de mí… A estas alturas ya debería haber aprendido que esto de ser espanyolista no es fácil, pero a veces pones el corazón en algo y de ahí no te mueven.

Pues bien, si el partido acabó como acabó fue gracias al árbitro, que anuló al Depor un gol por un fuera de juego bastante dudoso y no concedió un gol fantasma que después se vio que había entrado. Así que a brindar de nuevo por el milagroso empate, esta vez con un Ribeiro. En el viaje de vuelta, apatía general, pero yo encantada de tener tan cerca a mi equipo del alma y de haberme hecho una foto con todo un símbolo del Espanyol.





P.D.: El de la primera foto es mi padre, que con lo que ha sufrido por su equipo, un día tendrán que hacerlo socio honorífico.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Alhambra, la Roja*



Al volver a Granada recordé mi viaje de final de curso de EGB. Hicimos un recorrido maratoniano por las capitales de provincia andaluzas. El día que tocaba Granada, visita obligada a la Alhambra. Es curioso como los recuerdos vuelven a la mente cuando visitas los mismos rincones donde estuviste una vez. Y supongo que la imagen que a partir de ahora tendré de la Alhambra será una mezcla de las dos épocas.

En esta segunda visita, ya más pendiente de los mosaicos que del chico guapo de la clase, recuerdo que me impresionaron los Palacios Nazaríes, con azulejos cubiertos de formas geométricas y frisos mozárabes. En el famoso Patio de los Leones ¡no había leones!, los estaban restaurando, al igual que la fuente. Al parecer, las filtraciones del agua que durante siglos ha circulado por sus tuberías (que los recorren desde la pata izquierda hasta la boca), han producido fracturas en la piedra.



Los jardines del Generalife son otra maravilla dentro del recinto de la Alhambra; anda que no se lo montaban bien los príncipes árabes, con su zona verde nada más salir del palacio… Están llenos de fuentes, ya que el agua es un elemento fundamental en la cultura musulmana. Uno de los jardines más curiosos es el Patio de los Cipreses. En él se encuentra el Ciprés de la Sultana, debajo del cual, según cuenta la leyenda, la esposa de Boabdil se veía con un caballero Abencerraje (se veían, se tocaban y lo que hiciera falta…). En uno de los jardines vimos una ardillita encaramada al tronco de un árbol, que no se atrevía a bajar porque unos gatos la esperaban impacientes.

* Alhambra, en árabe Al Hamra, significa la Roja.

Frío bajo cero en Sierra Nevada



Con guantes, gorro y bufanda, salimos a recorrer las calles de Granada. Empezamos por el Albaicín, el barrio de casitas blancas que constituye uno de los núcleos antiguos de la ciudad. Hay numerosas iglesias y miradores; el de San Nicolás, ofrece una vista de la Alhambra espectacular.



Después bajamos hasta la Carrera del Darro, la calle que discurre a lo largo del río. En una de las calles que suben desde este paseo hay una tetería que recomiendo, se llama El Bañuelo; la verdad es que apetecía entrar para recuperarse un poco del frío, a pesar de que los cristales de las gafas se empañaban por el contraste de temperatura.

El paseo por los alrededores de la Catedral también era muy agradable, si no tenemos en cuenta a las gitanas que te querían vender el romerito…; si se lo compras te echan la buenaventura y si no, un mal de ojo, así que ¡cuidado!

También son típicos de allí los cármenes, quintas granadinas con huertos y jardines, verdaderos palacetes rodeados de pérgolas, miradores y albercas, usados como fincas de recreo por los musulmanes. Destaca el Carmen de los Mártires.

Apuntes de gastronomía.
La costumbre andaluza, y de otras regiones españolas, de servirte una tapa en los bares con la bebida, debería extenderse a Catalunya, ¡que tan tacaños no somos, cony! Y la gente estaría más contenta y consumiría más. Habas fritas con jamón, migas o el típico gazpacho andaluz, son algunos de los platos que podéis probar en Granada.

Entre mis compañeros de desayuno hay una costumbre ancestral: el que hace un viaje “debe” traer, cuando vuelve, algo típico del lugar. Por eso, una tarde la dedicas a recorrer supermercados, pastelerías, confiterías, para dar con el producto adecuado, aunque siempre acabas comprándolo en el aeropuerto. Ahí es donde compramos un dulce típico granadino, los piononos. ¡Qué delicia de pastelitos! Hasta he descubierto una página web en la que puedes hacer un pedido y ¡te los envían a casa! Aunque lo mejor será volver a Granada para comerlos, así os contaré más cosas sobre esta fantástica ciudad a los pies de Sierra Nevada.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Aire puro

Empieza aquí una sección dedicada a las excursiones. Hay muchos lugares en Catalunya y España que merece la pena visitar, y la mejor manera de descubrir sus secretos y de experimentar otro tipo de vida (para mí más sana), es hacer senderismo; excursiones con amigos o en familia, panorámicas o de interés cultural, relajadas o más exigentes; hay opciones para todas las épocas del año.

La historia que vais a leer está basada en una salida que hice con mis amigos el año pasado. Cualquier parecido de los personajes con la realidad... es cierto! Así que, ¡a caminar!

A pie por l'Anoia



Eran las 8 de la mañana de un día soleado. Nicolasa recogió a sus tres amigos en el todoterreno. Se disponían a iniciar un viaje que cambiaría por completo el curso de sus vidas... Uy, uy, uy, seamos realistas; aquello era una simple excursión que llevaban tiempo y tiempo planeando, y el coche no pasaba de ser un utilitario.
De camino, Nicolasa quiso enseñarles la ciudad de Manresa, y dio unas cuantas vueltas por sus calles, cosa que los demás interpretaron como falta de orientación para encontrar el camino de salida.
-¿Falta mucho?, -Me aburro... se oía quejarse a Eleuteria en el asiento trasero. Tomando el eix transversal, llegaron a la estación de Sant Pere Sallavinera, donde dejaron el coche. Josafat se ofreció a llevar las mochilas de las señoritas, pero ellas se negaron, alegando que podían cargar incluso con un jabalí.
Caminaron y caminaron hasta divisar su objetivo, el Castell de Boixadors y la iglesia de Sant Pere; el castillo era una fortaleza del siglo XI en obras de restauración, donde al parecer, se había iniciado la repoblación de la zona.
Continuaron por los senderos recogiendo margaritas y entonando canciones de su época de colegiales. A la hora del almuerzo, acamparon en un llano para reponer fuerzas. Inocencia bromeaba con Josafat, lanzándole unas bolitas de hierba que se enganchaban en su jersey de lana. Eleuteria ofrecía sus productos para protegerse del sol.
De camino al coche, Josafat hizo amistad con dos mujeres de cierta edad, que deslumbradas por su juventud, le hicieron creer que el atajo que él proponía era el correcto.
Y ya estaban de nuevo en la carretera. Por si todavía no conocían Manresa, Nicolasa hizo una parada allí para que pudieran merendar.
Al llegar a Barcelona, estaban rojos como tomates y casi no se tenían en pie, pero estaban contentos, aquél había sido un día especial, en el que habían compartido risas y habían hecho crecer su amistad.

sábado, 1 de noviembre de 2008

El encanto del Mediterráneo (segunda parte)

El viaje continuaba por el norte de la isla, recorriendo las playas y visitando los nuraghi, construcciones prehistóricas de piedra en forma de torre cónica. Como me gusta seguir los consejos de las guías y buscar lugares recomendados, intentamos encontrar los restos de un acueducto romano en Olbia; recorrimos la misma calle tres veces, dimos cuatro vueltas al mismo descampado y, cuando al cabo de tres días de búsqueda, por fin dimos con él, ¡mi novio se abrazó al conjunto de piedras como si hubiera encontrado un tesoro!

Las playas de Sardegna son preciosas. El agua es de un verde turquesa tan cristalino, que puedes ver los peces del fondo del mar. Como estábamos ya en el mes de octubre (qué placer hacer vacaciones cuando todos han vuelto ya!), a la tranquilidad del agua se sumaba la escasez de turistas en la costa, y eso permitía disfrutar mucho más del paisaje, y que las gaviotas se acercaran a la orilla sin miedo.

Apuntes de gastronomía.

La mejor pasta que he comido en Italia la probé en l’Alguer: spaghetti alle vongole, gnocchi ai funghi, penne all’arrabbiata. Este último plato tiene un nombre bastante apropiado, ¡enseguida te pones a rabiar de lo que pican! (llevan guindilla). Todavía recuerdo el escozor en la lengua y el paladar que aumentaba con cada bocado. En fin, se los tuvo que comer mi novio, que queriendo parecer un hombre duro, ni protestó. Y de postre, las deliciosas seadas, el dulce típico sardo, hecho de harina y huevo, relleno de queso y cubierto con miel. Buon appetito!

El encanto del Mediterráneo

Hace dos años viajé a la isla de Sardegna (Italia) con mi pareja. Era el viaje más largo que hacíamos juntos. Viajamos en avión hasta l’Alguer, una ciudad con pasado catalán y muy frecuentada desde que se inauguró la línea Girona-Alguer de Ryanair, según nos explicaron allí sus habitantes. La gente más mayor sigue hablando alguerés, aunque son ya pocas las familias que lo transmiten a sus hijos. Es muy curioso oír hablar alguerés, un dialecto del catalán con un fuerte acento italiano. Pero la influencia catalana sigue todavía presente en l’Alguer; por ejemplo, los rótulos de las calles están escritos en catalán: Les quatre cantonades, Lo portal nou; hay un trenino catalano, pintado de amarillo y rojo, que te lleva a recorrer las calles de esta ciudad; l’Òmnium Cultural de l’Alguer organiza cursos de catalán y actividades para fortalecer las relaciones entre els Països Catalans. Aquí os dejo la letra de una canción de Franca Masu, una cantante algueresa; hablando de viajes, la canción es del disco titulado El Meu Viatge.


L'alè

Què fas, què penseràs,
si aquesta nit t’adonaràs
de la mia despedida,sense un sospir,
sense un lament,
sense més dir-te adéu.

No cal abandonar
llit i llençols, sinó els teus ulls
que mai més sigaran iguals
damunt dels meus.

I en els meus dies que vengaran
seré una fulla
perduda en la mar sense fi,
perduda dins de mi,
besada per la mar tant dolçament.

Si dins la mia sang
viu la malenconia
que espavila els records,
ajuda’m a espantar-la,
forsis se n'anirà.

Ja sento l’alè
des dels meus ulls als llavis,
que em diu:
- abraça’m,
res ja no serà igual.