Día: 1 de noviembre de 2005.
Miembros de la expedición: Miguel, Garci, Silvia, Miguel, Carlos y Núria.
Lugar: montaña del Pedraforca, pico de 2.507 m en el Parc Natural del Cadí-Moixeró. Duración: 6 interminables horas. Estado de ánimo antes de la ascensión: ilusión y muchas ganas. Estado final: agujetas, moretones y rasguños varios, aunque también alegría por el reto superado.
Estoy acostumbrada a hacer excursiones y salidas al campo y a la montaña, pero si antes de empezar ésta me llegan a decir el esfuerzo que supondría, quizá me lo hubiera pensado mejor. No obstante, no me arrepiento en absoluto de haber llegado a la cima de una de las montañas más emblemáticas de Catalunya, de haber compartido con amigos una experiencia de superación y solidaridad, y de haber comprobado que, a pesar del sedentarismo diario, estoy en buena forma física.
La excursión empezó en Santa Coloma, donde habíamos quedado en reunirnos todos. Repartidos en dos coches iniciamos el trayecto. Al llegar visitamos el mirador de Gresolet, desde donde hay unas vistas magníficas de la montaña. Allí pasamos un buen rato; no recuerdo muy bien si esperábamos que, con un poco de suerte, lloviera y hubiéramos de dar media vuelta (porque desde allí la cima se veía muuuy lejos) o si estábamos preparándonos mentalmente para la proeza. El caso es que no llovió, y empezamos a caminar.

El itinerario empezaba en el refugio Lluis Estasén y continuaba por el Coll del Verdet. Después de unas cuantas horas llegamos a la enforcadura, la cual da nombre a la montaña. Encontramos a un excursionista que iba solo (¡qué valor!). Desde ahí arriba las vistas ya eran espectaculares, y yo me preguntaba cómo íbamos a bajar todo lo que habíamos subido, si los pies ya empezaban a dolerme.

El paso siguiente fue subir hasta el Pollegó Inferior, conocido popularmente como… os lo podéis imaginar. Allí hicimos un pequeño descanso y nos planteamos la opción de subir o no al Pollegó Superior. Por unanimidad aprobamos la subida (cualquiera decía que no); que más daban ya unos metros más de frío y agotamiento…

¡Y llegamos a la cima! Lástima que no os pueda enseñar una foto que muestra lo que sentí allí arriba; pensé que todo aquel esfuerzo había valido la pena, aunque sólo fuera por el paisaje, y noté que el cansancio que hasta entonces me entorpecía se había quedado por el camino.

Pues nada, a bajar se ha dicho. El descenso lo hicimos por la tartera; creo que estuve más rato con el culo apoyado en las piedras que de pie, pero gracias a mis compañeros (más hábiles que yo, todo hay que decirlo), que a cada momento me recogían del suelo y me aconsejaban maneras de bajar mejor, llegamos a los pies de la montaña. Al pasar por el refugio empezó a hacerse de noche, y pensamos que un pequeño retraso durante la jornada habría hecho que la oscuridad nos pillara por el camino. Pero ya estaba hecho, y al día siguiente podríamos explicarlo en el trabajo.
Os recomiendo a todos la experiencia, y a los que formaron parte de la excursión, les propongo hacer otra, aunque si esta vez es por el Delta de l’Ebre, mucho mejor.