martes, 30 de agosto de 2011

El viaje primitivo

Todo empezó planeando las vacaciones de verano. ¿Quién no conoce a alguien que haya hecho el Camino de Santiago? (el que no lo ha hecho tiene pensado hacerlo). Te hablan del esfuerzo, de los momentos de reflexión, del trato con la gente, comparten contigo su diario de peregrino, y claro, si además te gusta caminar y ver naturaleza, pues te entra el gusanillo. La idea de conocer Galicia, de la que sólo había visitado La Coruña, las ganas de probar una nueva experiencia que tenía mucho de reto, la oportunidad de coincidir con Esther y hacer algo diferente del típico viaje turístico, me acabaron de decidir. Y ahí que nos veis a las dos en al autobús de línea en dirección a Piedrafita.


La niebla nos acompañó hasta O'Cebreiro y se dejó ver un par de días a primera hora de la mañana, pero a parte de eso y de cuatro gotas que ni siquiera nos obligaron a ponernos el chubasquero, el tiempo fue ideal toda la semana, sol y calor, y temperaturas suaves a la sombra.


A pesar de que nos recomendaron empezar haciendo pocos kilómetros e ir aumentando cada día, el primer día ya caminamos más de lo aconsejable; en Triacastela los albergues estaban llenos y tuvimos que segiur hasta Lusío, y dormir en un antiguo pazo restaurado, una maravilla!



Así que cada día avanzábamos un poco más para no quedarnos en los finales de etapa donde paraba todo el mundo. Llegábamos a pueblos de no más de 20 habitantes, donde poco había que hacer, salvo pasear por los caminos que rodeaban el albergue (una manera de evitar que las piernas se enfriaran demasiado), tumbarse a leer o a contemplar los paisajes (precioso el de Casanova por ejemplo) o conversar tranquilamente sentadas en un cruceiro. Antes claro, estaba la rutina diaria, comer, ducharse y lavar los calcetines para poderlos poner al día siguiente.



El cansancio hacía que a las diez de la noche ya estuviéramos en la cama, con lo cual nos acostábamos cuando aún era de día y nos levantábamos mucho antes de que saliera el sol. Un día incluso, necesitamos la linterna para empezar el camino, pero ni siquiera a oscuras te equivocas de ruta, todo está perfectamente indicado cada 500 metros.




Antes de irnos a dormir planeábamos la ruta del día siguiente, aunque simplemente para hacernos una idea porque hasta que no te ponías en marcha no sabías si tu cuerpo aguantaría más o menos de lo que habías pensado, ni si al llegar al destino, habría sitio para dormir. Como nos pasó el día que caminamos 40 kilómetros y no pudimos dormir en Santa Irene. Esa noche descansamos más que ningún día en un hotel, sin ronquidos ni movimiento de literas, aunque después de cuatro noches en albergues, echaba de menos levantarme a oscuras para no molestar y hacer la mochila con prisas pensando siempre que me había olvidado algo.


La llegada al Obradoiro fue muy emocionante. Esther iba grabando con el móvil los últimos metros hasta la Catedral, y al llegar a las escaleras que dan a la plaza, el sonido de una gaita nos emocionó. Ahí no terminaba nuestro camino, sinó que en muchos sentidos, empezaba.




Ya no me acuerdo de las agujetas en las piernas, de las ampollas en los pies, ni del dolor que sentía en la rodilla al bajar los caminos empinados, sólo recuerdo la paz con que las tardes compensaban el esfuerzo de la mañana y la alegría que sentí cuando llegamos a Santiago. Otro año repetiré.


Apuntes de gastronomía.


Mi madre me dijo antes de irme: no dejes de comer porque no tengas tiempo. ¿No comer?, ¿yo? Y menos en Galicia. Desde el primer día ya probé la comida tradicional de la zona, empanada, caldo gallego, tarta de Santiago, pulpo a feira, vieiras, queso con membrillo, y café de puchero. Probé la carne de jabalí estofada y me pareció deliciosa. Y en Santiago más pulpo, empanada de millo, Ribeiro por aquí, Albariño por allí... La comida nos reponía del esfuerzo de la mañana, y si no había nada para comer por el lugar, comprábamos algo en el súper, como los deliciosos ravioli sin condimento y casi sin escurrir que cenamos un día. Y Esther se encargaba de recolectar las peras directamente del árbol para el postre!



lunes, 29 de agosto de 2011

Curiosidades de Berlín

En una ciudad tan grande hay gente de todas las nacionalidades. Caminando por el Tiergarten escuchamos música que venía de lejos. Se distinguía a alguien tocando la guitarra y cantando, y pensamos: es como el hombre que se sienta en la Rambla del Poblenou a tocar Serrat, pero en alemán. Para nuestra sorpresa, al acercarnos descubrimos que lo que éste tocaba también era Serrat! Resulta que era catalán y vendía allí sus discos de versiones.


Todas las estaciones de metro tienen un diseño diferente, con el nombre de la parada escrito en caracteres originales. Y como últimamente me da por fotografiar este tipo de detalles, pues ahí que iba con la cámara. También me gustó la tapicería de los asientos de los vagones, y es que no hay nada como estar fuera de tu ciudad para que todo te llame la atención.

Hace años en Berlín inventaron la currywurst, una salchicha cortada a trozos con salsa de tomate y curry, ideal como aperitivo. Y la consideran algo tan importante que hasta tienen un museo dedicado a ella!




En Berlín no puedes huir del pasado. Por donde vayas encuentras rastros de la historia reciente del país: la Guerra, el Holocausto, el Muro, historias que te impactan y te conmueven, y te hacen reflexionar sobre la condición humana. El Muro todavía sigue en pie en varios lugares de la ciudad, pero ahora como símbolo de libertad y expresión cultural. Como en la East Side Gallery, donde artistas de diferentes países dieron su particular visión después de la caída del Muro. Un gran museo al aire libre donde no falta el toque de ironía y humor.




Y como curiosidad gastronómica, aunque no creo que sea algo típico de los berlineses, la mujer de la pensión nos daba cada día para desayunar un huevo duro, aunque llegamos a la conclusión de que lo que quería en realidad era hacerlo pasado por agua, por la huevera y la cucharita que nos ponía para comerlo.

lunes, 22 de agosto de 2011

A mi abuela

El último viaje a Nonaspe fue triste. Se murió mi abuela, y en lo único que podía pensar mientras iba en el coche era en que ya la echaba de menos.

A mi abuela le gustaba el fútbol y como buena aficionada al Zaragoza, no se perdía los partidos que televisaban. Y era entrañable oírla hablar sobre qué mal juagaba éste o tal otro, o de cómo de injusto era que Barça y Madrid se llevaran siempre los títulos.

Yo la veía pocos días al año, pero siempre pensaba en ella con cariño. El año pasado empecé a escribir sobre el viaje a Nonaspe del verano, pero lo dejé a medias. La anécdota curiosa de ese viaje fue que mi madre y yo llevamos a mi abuela en la silla de ruedas hasta la ermita del río. Fue muy divertido, además de pesado, ya que en la subida desde la ermita por la carretera nos costó bastante empujar la silla! Pero creo que mi abuela también lo pasó bien ese día.

En Navidad también vamos al pueblo y mi madre siempre le compraba algo de ropa para regalársela en el Tió. Con la llegada de las niñas a la familia, esta tradición se volvió todavía más divertida, y eso que nunca habíamos dejado de hacerlo y de reírnos todos mientras sacábamos paquetes, incluso cuando mis primos y nosotras ya éramos mayores.

Y en las comidas familiares mi abuela siempre estaba la primera en la mesa, aunque tardaba bastante en llegar por el pasillo con el bastón; recuerdo cómo nos reíamos con ella porque obstaculizaba el paso hasta el comedor y teníamos que ir haciendo cola unos detrás de otros hasta que llegaba!

A mi abuela le gustaba mucho leer y pasaba horas jugando al solitario, nos enseñó más de un juego de cartas que todavía recuerdo.

Cuando alguien a quien quieres se va, los recuerdos sólo pueden ser buenos, y uno de los más bonitos fue lo orgullosa que me sentí viendo como mi madre y mi tía cuidaban tan bien de ella cuando ya estaba enferma.