Mi primera etapa partía de Logroño, donde la noche antes recordé el final de camino del año pasado con mis amigas; un par de pinchos en la calle Laurel y lista para empezar a caminar al día siguiente. Salí del albergue todavía de noche, encontrándome con peregrinos igual de madrugadores que yo. La salida de Logroño por el parque de la Grajera fue especialmente bonita. Unos kilómetros al lado de la carretera hicieron el camino un poco monótono, pero la mejor recompensa al llegar al albergue fue escuchar los deseos de la hospitalera de devolverle al camino lo que le había dado años atrás. Otros no serían tan amables... Ese día caminé sola hasta Nájera, deshaciéndome poco a poco de las responsabilidades y, sobretodo, de los miedos. Me gustó mucho el río Najerilla cruzando el pueblo, con césped a lado y lado y árboles que daban esa merecida sombra en un caluroso día. Y fue muy especial poder hablar, y cenar, con el primer "ser humano" del día. Y por la noche qué os voy a contar, ronquidos y más ronquidos que no te ayudan a conciliar el sueño...
Cuevas de Nájera |
Las siguientes etapas ya no las hice sola, y los kilómetros pasaron más deprisa que el primer día, entre bromas, quejas sobre pies doloridos, visiones de pueblos cercanos que anunciaban el primer café del día, silencios y charlas, conversaciones importantes sobre la vida o simplemente curiosidades que el camino te planteaba: ¿por qué van esos peregrinos haciendo el camino en sentido inverso?, ¿se le habrá ocurrido a alguien colocar un teléfono de ayuda al peregrino en mitad del recorrido?, o ¿se pueden rellenar las botellas de agua sin que eso afecte a la salud?. Buscando sobre este tema es curioso lo que he encontrado: botellas que se rellenan solas!
El segundo día tenía la idea de ir hasta Santo Domingo de la Calzada pero no por el camino convencional, más corto y fácil, sino dando un rodeo por San Millán de la Cogolla, donde se encuentran los monasterios de Suso y Yuso, cuna del castellano. El camarero de un bar de Azofra me hizo desistir de mi idea, el camino era bastante duro, por carretera, y suponía andar 14 km más, había que ser realista. Pero no me quedé con las ganas de ver los monasterios, desde Santo Domingo fui con cuatro peregrinos en taxi hasta allí, fue una tarde bonita. Me impresionaron los libros de canto gregoriano que pesaban 40 kilos, y que necesitaban de dos y tres hombres para ser transportados.
Monasterio de Suso |
El siguiente final de etapa fue Belorado, un pueblo que cuenta con dos iglesias, una abierta en verano y la otra en invierno. En una de ellas había cuatro nidos de cigüeñas, que no habíamos visto al entrar en el pueblo, absortos como íbamos en encontar el albergue. Metí los pies en el río, y no fue sólo un descanso para ellos, sino también para el alma y el corazón.
Belorado |
Próxima parada, Agés. Los primeros 4 km de esta etapa fueron un poco duros, el desnivel era el más fuerte que habíamos encontrado hasta entonces, la subida a los Montes de Oca me costó, pero el paisaje allá arriba valía la pena. Después de instalarnos en el albergue, comimos en un restaurante atendido por dos hermanos bastante curiosos al principio, casi hasta pesados a medida que avanzaba la comida, y un poco lentos en servirla; esperando el postre casi perdemos el autobús que nos llevó a Atapuerca. Allí visitamos los yacimientos prehistóricos y nos hablaron del homo heidelbergensis, o preneardental. Bajo un sol abrasador (y pensar que la campaña de excavación empieza justo en esta época...), "intentamos" ver los restos que habían encontrando al excavar en las cuevas.
Agés |
El paisaje iba ganando en belleza con los días, al igual que el buen tiempo y la compañía, hasta que llegó un momento en que no deseé estar en ningún sitio más que ahí: el camino me había absorbido. Villamayor del Río, San Juan de Ortega, Ventosa; pueblos que quizá nunca hubiese visto en un viaje convencional.
San Juan de Ortega |
Y el sábado llegamos a Burgos. De nuevo bullicio de gente después de unos días de tranquilidad. Celebraban las fiestas de San Pedro (una semana después!) y el domingo a mediodía todavía había gente que parecía no tener prisa por irse a dormir. Comimos en un sitio buenísimo, El Morito, en la parte vieja y cerca de la Catedral, y disfruté de verdad en la ciudad, sintiéndome llena y libre como hacía mucho que no me sentía.
Burgos |
Despedidas tristes, pero optimismo y nuevas perspectivas. En el camino dejé cosas atrás, y gané otras muy importantes; cerré puertas que me permitirán abrir algunas nuevas. Sólo pido seguir siendo yo.
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