lunes, 30 de julio de 2012

Orejilla del Sordete

Ahora que me paro a pensar, todavía no he escrito nada sobre mis vacaciones de Semana Santa. Y ¿qué os cuento yo del viaje a Peñalsordo, también conocido como Orejilla del Sordete? Para empezar tengo una cosa clara, el apartado de gastronomía que pone fin a todos mis viajes, queda suprimido de este relato, porque la comida (incluye ésto tapeo, aperitivos, cañas...) no está separada de él, sino que es la esencia misma del viaje. Vamos, que en mi memoria sigue la imagen de unos callos venidos "al vacío" desde Madrid, que aunque poco tienen que ver con la comida típica de la zona donde estábamos, combinaban de maravilla con otros platos extremeños.

Hicimos buenas "migas" con los extremeños

El viaje en AVE hasta Ciudad Real estuvo amenizado por dos familias con niños alucinados de que el tren corriera tanto y ni siquiera se notara. Y al llegar a la estación me sentí como uno de esos turistas a los que esperan con el nombre escrito en un cartelito. Así me recibieron mis amigos, que ya llevaban un día por esas tierras. 


Turista acabada de llegar a Ciudad Real

Y de allí en coche hasta Peñalsordo, comarca de La Serena, provincia de Badajoz, un pueblo acogedor donde mi amigo pasó los veranos de su juventud, donde vivió anécdotas que quiso compartir con nosotras en la casa familiar. Un pueblecito tan acogedor que hasta uno de sus lugareños se mostró interesado en mí como pareja para su nieto!

Vista de Peñalsordo

Y hospitalaria era la gente del pueblo, que ya no vivía allí sino en la capital o incluso más lejos, pero que volvía a su tierra a menudo porque nadie puede vivir lejos de sus orígenes. Nos invitaron al cortijo a comer, beber y charlar; distintos puntos de vista con un mismo objetivo, intentar "arreglar" los problemas del país. Para bajar la comida salimos a buscar espárragos; qué ilusión cuando Esther y yo descubrimos el primero! Así somos la gente de ciudad.

Si David pone el "vicio" gastronómico en los viajes, al cual yo me resisto poco, Esther y yo ponemos la parte deportiva y excursionista. Así que subimos al peñón Pez, del que me costó descubrir la forma que le da nombre. Un paseo por angostos senderos entre los arbustos hasta la cima, desde donde teníamos espectaculares vistas del pantano de la Serena.

Pantano de La Serena
Subida al peñón Pez







Y como no podía faltar la cultura, decidimos hacer una escapada a Mérida. Llegamos a la hora del aperitivo y entramos en un bar a tomar unas tapas: migas extremeñas y torta del Casar, que Esther acompañó con un café con leche. Según ella no era la hora del tapeo sino del café, que curiosamente resultó más caro que las cañas. Hay gustos para todo. Nos remonatamos unos siglos atrás y visitamos el circo, el amfiteatro y el teatro romanos; en este último se celebra cada año el festival de teatro clásico de Mérida. Comimos en el Briz, un restaurante de aspecto un tanto pobre al que no habríamos entrado si no nos lo hubieran recomendado, pero valió la pena.

Amfiteatro de Mérida

Teatro de Mérida

En la comida del último día, en una terracita bajo el sol que nos ponía morenos, corrió el rumor entre los clientes de que los componentes de Estopa comían a pocos metros de donde estábamos. Al parecer sus parejas son de un pueblo vecino y se dejan ver a menudo por Peñalsordo. Nos llevamos una pequeña decepción cuando llegamos al bar y vimos que no estaban.


Y así los días transcurrieron entre tapas de secreto ibérico, torta de la Serena y ancas de rana, y las noches entre lecturas del cuore y programas televisivos hasta altas horas, cuando por fin sacábamos los pies del brasero y nos íbamos a descansar.