Vivo en una plaza donde la gente va y viene a cada minuto, y mi casa es de las últimas en perder los rayos del sol de la tarde. Aunque reconozco que no tenía intención de regresar al barrio, con el paso de los días esa plaza se va convirtiendo en “la plaza de mi pueblo”.
Si el sueño puede conmigo y salgo algo más tarde hacia el trabajo, coincido con los chicos que van al instituto de la plaza, al que yo también fui, y recuerdo esa época de mi vida. El otro día pasé por delante de la puerta de entrada y no pude evitar mirar hacia adentro, buscando una visión fugaz que me transportara a aquellos (difíciles) años.
En el barrio hay trozos de calle peatonal donde los vecinos aportan su toque personal, adornándolos con flores. Y a diez minutos está Montjuic, a donde suelo subir por unas escaleras que llevan directamente a la montaña. Y eso me hace recordar cuando el Espanyol aún jugaba en el Estadi Olímpic y mi padre y yo bajábamos por esas mismas escaleras hasta casa, a veces a oscuras!, y es que el ayuntamiento no se preocupaba demasiado de los accesos al campo los días de partido (sin que suene a crítica eh).
Y en esa montaña puedes encontrar montones de caminos por explorar, caminos que te llevan al Castillo, al Jardín Botánico (gratuito el último domingo del mes), o a innumerables parques y jardines. Uno de ellos, el de Mossén Cinto Verdaguer, justo al lado del teleférico y del funicular, es un lugar ideal para pasar un mediodía haciendo un picnic junto al lago, buscando estratégicamente un lugar donde el sol aguante un rato antes de ocultarse tras los árboles. Incluso puedes coincidir con un grupo de tunos!, que te amenizan el aperitivo.
Podría contar muchos recuerdos de días pasados en ese barrio y esa montaña, pero uno de los más entrañables es cuando mi tía y mi abuela nos llevaban a mi hermana, mi prima y a mí al desaparecido parque de atracciones de Montjuic. Lo planeábamos unos días antes, y cuando el domingo amanecía nublado, no podía creer en nuestra mala suerte! Como siempre he sido muy impaciente con las cosas que me gustan, me fastidiaba bastante, aunque después me ilusionaba más cuando se despejaba y el sol salía por la tarde. Así que cogíamos el funicular y disfrutábamos de los espejos mágicos que te engordaban o te adelgazaban a su antojo.
Y aquí os dejo una foto de otro de los lugares emblemáticos del barrio que no necesita presentación, y que últimamente ha sido remodelado.
Mi barrio vuelve a ser mi barrio, y me pierdo por sus calles buscando algo que lo haga cada día más especial.