domingo, 26 de octubre de 2008

Lugares

Un viaje, una experiencia única e irrepetible, un placer para compartir con quien quieras, ya sea porque viajes acompañado o, si lo haces solo, porque reveles después tus vivencias a quien quiera escucharlas. Un puñadito de anécdotas contadas para describir un lugar, su gente, un entorno, o simplemente para recordar que un día estuviste lejos de casa, sin prisas y con ganas de conocer. Eso es lo que, más o menos, pretende mi blog, haceros cómplices de esos pequeños momentos que para mí fueron importantes. ¡Espero que lo disfrutéis!

Como introducción, me parece interesante un texto de Italo Calvino, del libro Le città invisibili. La traducción del italiano es mía (para algo han de servir tres años de clases), y para mí, describe bien la sensación de descubrir una nueva ciudad, igual y diferente a todas las demás.

La ciudad y la memoria

Partiendo de allí y caminando tres jornadas hacia levante, uno se encuentra en Diomira, ciudad con sesenta cúpulas de plata, estatuas en bronce de todos los dioses, calles asfaltadas de estaño, un teatro de cristal, un gallo de oro que canta cada mañana sobre una torre. Todas estas bellezas ya las conoce el viajero por haberlas visto también en otras ciudades. Pero la propiedad de ésta es que quien llega una tarde de septiembre, cuando los días se acortan y las lámparas multicolores se encienden todas juntas sobre las puertas de las tiendas, y desde una terraza una voz de mujer grita: uh!, tiene envidia de aquellos que ahora piensan haber vivido ya una tarde igual a ésta y haber sido felices.